ZEPPELIN 2005 – sobre el control
Cuando lo que el gesto simboliza del sentimiento son las representaciones concomitantes, ¿bajo qué símbolo se nos comunican las emociones de la voluntad misma, para que las comprendamos? ¿Cuál es aquí la mediación instintiva? Sin lugar a dudas, se trata de la que el sonido lleva a cabo. Sea dicho con mayor rigor : sin ninguna representación concomitante, lo que el sonido simboliza son los diferentes modos de placer y de displacer. La pausa y el tono son el sonido de la comunicación que no se hace acto, sino sólo deseo reprimido. Cualquier sonido, cualquier gesto, cualquier soplo, pueden ser una plegaria con la misma categoría que la palabra. Todo tiene una significación. El propio silencio es signo : toda ausencia lo es porque se inscribe en alguna presencia. Que algo se silencie y calle implica que cualquier otro algo quede sonando y así se manifieste al oído.
Nos parece a veces que vivimos en territorios sin centro ni geografía en los que proliferan los no-lugares. Podemos llegar a vivir la ciudad como un caos original desprovisto de sentido articulador. El espacio público de la comunidad se disuelve en imagen pública, en mera ilusión visual. Pero la sociedad suena, genera formas acústicas que constatan y relatan su existencia, sus lógicas y sus dinámicas. El sonido hace las veces de mapa que inconscientemente, o con poca consciencia, interpretamos a fin de saber acerca de las características psicogeográficas del territorio en el que nos encontramos.
El sonido es síntoma, pues, de muchas cosas; entre ellas, el control social, del que también es agente ya que lo transmite, y con eficacia. Las alarmas, los teléfonos, las bocinas de los coches, los indicadores sonoros de los bulldozers, ejercen control y violencia. Pero no sólo ellos ejercen violencia acústica. A menudo puede tratarse de un ruido muy intenso o de la música, quizá tenue, incluso, de un vecino filtrándose a través de la medianera. También del estrépito constante de una ciudad que nos impide conciliar el sueño. El comportamiento violento tiene un doble sentido en zoología. En primer lugar, se exhibe como un medio para ganarse el sustento alimentario, y en segundo lugar para expresar poder. En un caso significa acción. En el otro, la amenaza de una acción potencial. Los predadores deben recurrir a la violencia para conseguir alimento, y la dominación, que se consigue exhibiendo fuerza, es una parte esencial del éxito. Los rugidos, aullidos o bramidos son ejemplos de violencia acústica utilizada en la naturaleza para exhibir fuerza y así intimidar, someter y luego capturar la presa, si es que, simplemente, no se trataba de una estrategia nupcial para la perpetuación.
Los medios de comunicación se han convertido en el eje en torno al cual se articula la cultura contemporánea. Son los nuevos vectores por donde transitan los signos, en forma de imágenes, sonido o palabra, texto, y pronto, olores y sabores, calor, escozor, la caricia delicada del aire en la mejilla o el dolor de cualquier agresión. No es nuevo el hecho de que la cultura esté sometida a un vasto y acelerado proceso de mediatización configurado a imagen y semejanza del perfil económico cultural de la sociedad globalizada de nuestros días. Esa connivencia entre medios de comunicación y grandes grupos económicos viene de antiguo : la industria cultural nace determinada por la tutela del gran capital y toma cuerpo y consistencia en un mercado de ofertas simbólicas sometido a los rigores de una economía capitalista.
Y la comunicación es decisiva a la hora de dar forma a la cultura. No vemos la realidad como ‘es’, sino como nuestros lenguajes son. Y nuestros lenguajes son nuestros medios de comunicación. Nuestros medios de comunicación, nuestras metáforas; y éstas crean el contenido de nuestra cultura. Como la cultura es mediada y se realiza a través de la comunicación, las culturas -es decir, nuestros sistemas de creencias y códigos históricamente producidos- son transformadas sustancialmente, y lo serán aún más con el correr del tiempo, por el nuevo sistema tecnológico. La guerra de este siglo ocurre en el espacio de la vigilancia recíproca en tiempo real. Ese rasgo se reproduce en los comportamientos más cotidianos y rutinarios : nos vigilamos. Pero si la tecnología de control ha contribuído a la consolidazión del poder dominante, quizá también nos permita construir espacios de invisibilidad, lugares opacos de conspiración, ajenos a la mirada del poder contemporáneo, siempre vigilante. La primacía de lo visual no es ningún accidente : una elevación suficiente de la vista no sólo sitúa al observador fuera de lo que los demás ven, sino que, además, posibilita el principio básico de control o dominación, a saber, una más alta posición del dominante.
Por el contrario, el sonido, como rodea y penetra tanto al que habla como al que escucha, se adapta mucho menos a las actividades de dominación directa y como quién se conecta al walkman se aísla en su propio mundo y se separa del entorno, ese dispositivo, de la misma forma que induce a una actitud fuertemente privada y de rechazo por la interaccíón, ha hecho posible un nuevo tipo de relación con los lugares y los no-lugares de la ciudad. Quien sonoriza individualmente el espacio público forma parte de una tipología social particular : la de quienes se relacionan con el entorno por medio de la resignificación y del cruce, de la mutación y la recombinación de sus símbolos. Cada cual escoge sus sonidos y los asocia con los otros elementos simbólicos de su entorno, atendiendo a las características de los contextos culturales donde ha vivido y se ha formado con anterioridad. A lo largo de ese camino, se elige una pocas opciones entre todos los sonidos que nos es dado escuchar. Sólo con ésas elecciones nos identificamos, sólo a ellas les adjudicamos valor estético y hacemos todo ello según la secuencia de procesos de interacción social que, desde la perspectiva subjetiva, individual, sólo puede tener una apariencia azarosa.
Gracias a los dispositivos sonoros portátiles, a saber, walkman, diskman, teléfonos móviles, ordenadores de mano, reproductores de mp3, consolas de juego portátiles y una miríada de otros nuevos que se adivinan ya en el horizonte, se nos hace posible observar -y pensar- la ciudad desde un lugar en que los puntos de vista personales se encuentran sin demasiado conflicto con todo lo que nos viene determinado por la sociedad. Cada uno articula sus gramáticas personales con su entorno en virtud de la elección de sus unidades sonoras preferidas y, así, las cosas adquieren nuevos y múltiples significados, pactados y negociados entre los individuos y las condiciones externas que les son coyunturales. Los sonidos propios se imponen sobre los exteriores que, de otra forma, podrían llegar a incomodar o, peor, ejercer aún más intensamente su influencia sobre los individuos.